Religiones

No puedo unirme al coro psicótico de exacerbación de quienes, instados por el aparente fin de garantizar libertad, democracia y desarrollo a todos los pueblos, que los gobernantes declararon, consideran la guerra contra el terrorismo como una lucha de civilización contra el mal.

Primero porque una lucha de ese tipo implicaría la acción del bien contra el mal. ¿Qué es el bien? Es fácil contestar. Es bien lo que posee un valor moral, es decir lo que es deseado y apetecido por el hombre. ¿Y qué es el mal? Incluso aquí, es fácil contestar. Es mal lo que es moralmente malvado o incorrecto, es decir lo que causa perjuicio, dolor o sufrimiento.

¿Y quién los representa? Empecemos con el mal. Es más fácil. El mal está representado por quién causa perjuicio, dolor, sufrimiento, miedo, odio, muerte. ¿Y quién representa el bien? Se debería decir, quien vive honestamente, dice la verdad, ama, se compromete en favor de la justicia, de la libertad, de la igualdad, del bienestar y de la seguridad de todos, contra la injusticia, la inigualdad, la pobreza y la violencia.

Todo parece claro. Pero veamos los sujetos, los actores que actuan para el bien y para el mal. No hay ninguna duda de que el asesino es mal y de que hacen daño quienes cometen y organizan un asesinato. Cualquiera que sea la víctima. Hace daño quien priva a los pueblos de las más elementales libertades individuales, quien abusa de la fuerza, quien destina la riqueza a la fabricación de armas, quitándola de la comida, de la salud, de las abitaciones, de los medios de producción y de la cultura. Hace daño quien acumula la riqueza en poquísimas manos.

¿Y quién actua para el bien? Sin retroceder demasiado en el tiempo, será suficiente recordar que hoy quien declara querer el bien es aquella minoría de la humanidad que consume tres cuartos de toda la riqueza del planeta, que apoya sistemas políticos autoritarios, que explota por su provecho los recursos naturales de los países más pobres, a los que deja limosnas que luego no olvida hacer valer al imponer condiciones de desarrollo en función de su supremacía.

Si entendemos el conflicto como uno de los modos principales de la interacción social y como una situación de enfrentamiento entre dos sujetos individuales o colectivos ante la divergencia de objetivos y la imposibilidad de realizarlos contemporáneamente, como una situación que depende de una serie de factores, entre ellos la escasez y la inicua distribución de los recursos y la desigualdad social, difícilmente distinguimos el bien del mal entre las partes en conflicto.

Sì, porque de conflicto y de conflicto armado se trata. De guerra. Una situación de grave contraste entre estados, pueblos y religiones, que se procura resolver con el uso de las armas. Un conflicto hecho de batallas, de guerrillas y de terrorismo.

Y el terrorismo, como la guerra y la guerrilla, es una forma de lucha armada que usa la fuerza y la violencia. Estar en contra del terrorismo significa estar en contra de la guerra y estar contra de la guerra significa estar en contra del terrorismo.

No es importante que las partes en conflicto sean ejércitos o formaciones irregulares, militares o civiles. Lo que es importante son los medios que se usan. Si los medios empleados son la fuerza y la violencia se trata de lucha armada.

¿Cuáles son hoy las divergencias de objetivos entre estados y pueblos que no se pueden realizar contemporáneamente? El conflicto es entre objetivos políticos, económicos, culturales y religiosos.

El objetivo político concierne a la supremacía planetaria, como debe ser el estado dominante, el pivote que posee las armas más potentes, alrededor del que deben girar igual que satélites todos los otros estados. El económico concierne al control de los recursos naturales, de las finanzas, de las monedas y de los mercados. El cultural concierne sobre todo a los métodos de consenso. El religioso concierne al primato de iglesias, doctrinas y dogmas.

Si consideramos todos esos objetivos, el conflicto en curso no se parece a las primeras dos guerras mundiales, las que no tuvieron como objetivo de la contienda todos los contrastes políticos, económicos, culturales y religiosos que hoy están en la base de una lucha que más o menos patentemente implica todos los Países y todas las Naciones.

Debemos retroceder nueve siglos para encontrar, aunque en un contexto geográfico más reducido, una condición como la actual. Debemos retroceder a la primera cruzada para encontrar un conjunto de motivos de contraste tan completo y explosivo para provocar actos de ferocidad tan deshumanos.

Entonces fue un papa, Urbano II, quien instó la acción con estas palabras: «… os induzco, más bien no lo hago yo, sino Dios lo quiere, a persuaderos con incitaciones como apóstoles de Cristo, todos, de cualquier orden, soldados de caballería y infantería, ricos y pobres, para que acudáis a ayudar a los cristianos para echar de nuestras tierras aquella raza maligna». Y adjuntaba: «…yo lo digo a los presentes y lo mando a los ausentes, pero Dios lo quiere, para todos los que salirán de viaje, en caso de que muriesen durante el viaje o la travesía, en batalla contra los infieles, habrá una automática remisión de los pecados: y eso yo otorgo a los que partirán, por la autoridad que Dios me confiere. ¡Qué vergüenza sería si la gente tan malvada, degenerada, endemoniada, derrotaran a hombres fuertes por la fe en Dios y que son puestos resplandecientes por el nombre de Cristo! Todos se apresuren entonces a la batalla contra los infieles, una batalla que ya hubiera debido ser empezada y llevada a feliz término por los que antes, contra todo derecho, estaban acostumbrados a combatir contra otros cristianos por su guerras personales! ¡Se vuelvan, por tanto, soldados de Cristo los que hasta ayer fueron bandidos! ¡Combatan según derecho contra los bárbaros los que previamente combatieron contra los hermanos de la misma sangre! ¡Les toquen por tanto en suerte un premio eterno a los que fueron mercenarios por poco dinero! ¡Los que se cansaban corrompiendo su alma y su cuerpo, por fin combatan por la salud de los dos! Puesto que todos los que aquí parecen tristes y pobres, allá serán risueños y ricos; los que aquí son adversarios de Dios, allá se volverán sus amigos; y no tarden en partir: sino, pasado el invierno, alquilen las propiedades para proporcionarse los fondos para el viaje y se pongan en camino».

Un ejemplo de la ferocidad demostrada en la primera cruzada fue justamente la masacre ejecutada por los cruzados en la conquista de Jerusalén, cuando una vez entrados en la ciudad masacraron a la entera población, compuesta por 40.000 hasta 70.000 personas. Un cronista cristiano de aquella época describe con estas palabras lo que ocurrió en Jerusalén en julio de 1099: « Los nuestros les persiguieron de cerca, matandoles a poder de hendientes, hasta el templo de Salomón, donde hicieron tal masacre que nadaban en la sangre hasta los tobillos … Las calles estaban cubiertas de montones de cabezas, manos y piernas cortadas, y dondequiera había que abrirse paso entre caballos muertos y cadáveres humanos. Sólo (también entonces) el Gobernador de Jerusalén, Iftiqar ad-Daura fue perdonado por la furia de los cruzados. ».

Esta situación que se repite, agigantada por medios enormemente más potentes que entonces, tiene que inducir la consciencia del ser humano a reflexionar sobre las posibles consecuencias. No sólo porque cada lucha armada tiene sus víctimas sino también porque lo que se está combatiendo podría ser la última batalla.

Nos hallamos frente a una nueva forma de suicidio que supera el egoísta, el altruista y el anómico. Ahora hay el suicidio religioso de quien cree en la vida después de la muerte y en el premio para haber usado su muerte como medio para matar. Esta forma de suicidio pone radicalmente diversa la situación que vivimos durante la «guerra fría», cuando cada uno de los dos adversarios temía que de una su acción se originaría una reacción inmediata de la misma intensidad.

El kamikaze no teme su muerte, o al menos supera el miedo en la convicción de entrar en un paríso en el que justamente por efecto de su sacrificio tendrá un premio. Sería suficiente que la idea de aniquilación de todos los otros a través de proprio suicidio entrara en la mente de alguien que dispone de armas nucleares para borrar la especie humana de la faz de la Tierra.

Esta es la situación de la que debemos cobrar consciencia. Sin miedo pero con toda la lógica, la inteligencia y el sentido común de que estamos dotados.

Al hacer el esfuerzo de comprender la realidad que tenemos enfrente, podríamos comprender también el de buscar en nuestros adentros otra verdad. Quienquiera puede creer en lo que quiere con tal que no haga daño a otros. Todos tenemos derecho a profesar una fe y a comunicarla pero el derecho de creer no implica el derecho de hacer creer y de imponer.

No obstante, según yo nos engañamos. Toda la especie homo sapiens se engañó. Nos engañamos cuando de la raíz del miedo, alimentado por la impotencia hacia la muerte y por la voluntad del amor, hicimos crecer la ilusión de una potencia creadora, ordenadora, y conservadora de la realidad.

No existe ninguna divinidad, cualquiera que sea el nombre que le haya sido atribuido. No existe Brahma, no existe Jehová, no existe Urano, no existe Gea, no existe Dios y no existe Alá. El principio absoluto que se difunde en el universo no es un ser supremo creador, ordenador y conservador de toda la realidad sino sólo energía sin espacio y sin tiempo constituida por partículas elementales cuya organización está en continua transformación.

Las religiones son insidias, engaños, trampas, ilusiones, falsas motivaciones que se forman en el sistema límbico del cerebro, de la elaboración de las reacciones a los estímulos y a las señales ambientales, o como consecuencia de estímulos externos, de procesos interiores producidos por la memoria, por una asociación de percepciones sensoriales o por una introspección.

La así llamadas «motivaciones» son procesos que hacen las actividades de un organismo en función del logro de una meta. La meta principal del ser humano es la felicidad, entendida como infinita satisfacción de necesidades y deseos. La muerte representa la extrema renuncia a la meta principal. Los «instintos» son reacciones a los estímulos ambientales por medio de un conjunto de respuestas conductuales innatas. Las «emociones» son reacciones del organismo a consecuencia de los procesos interiores. Las principales emociones son la rabia, el gusto, el miedo, el amor y el odio.

La raíz de todas las religiones, la causa originaria, es la reacción en relación a la muerte. La aversión a la muerte povoca la idea instintiva de reaccionar al estímulo ambiental constituido por la percepción de la muerte de los demás. Pero no basta para hacer nacer la necesidad de encontrar una solución. La solución nace del amor. La muerte de la persona amada representa la muerte de una parte de nosotros mismos. Y aquí las emociones, como reacciones a un proceso interior.

La idea religiosa nace de la muerte y se realiza con el amor. El amor transforma la aversión a la muerte en la idea de la resurrección. Las investigaciones históricas demuestran que, después de haber cosechado y cazado para alimentarse, después de haberse guarecido en las cuevas, después de haber descubierto el fuego para calentarse y para cocer la comida, después de haberse cubierto para protegerse de los agentes atmosféricos, el hombre reaccionó a la muerte concebiendo fuerzas positivas (mana) a las que se pueda atener para vivir más años y fuerzas negativas (tabú) de las que tenga que huir.

En los sistemas preanimistas, el mana representaba la actitud religiosa primordial positiva, mientras que el tabú era su revés negativo; tal sistema cultural viene indicado como el fundamento del que se desarrollaron y se desarrollan todas las religiones.

Hace de 30.000 a 40.000 años, el hombre empezó a inhumar a los difuntos con las primeras ceremonias fúnebres. Ya hay la idea de reaccionar a la muerte pero aún no la superación de la muerte. La costumbre de inhumar los cuerpos de los difuntos y la ceremonia que la acompaña son conocidas desde los tiempos más remotos. Ya el simple abandono del cadáver en pasto a los animales, dentro de grutas o cuevas, en torres, en agua, en el suelo pero, con mayor razón la costumbre de la sepultura, que se impuso en la sociedades más complejas y sobre todo en las sedentarias, y la costumbre de la cremación desempeñaban una función higiénica y religiosa. El alejamiento de la comunidad o la destrucción del cadáver tenían como objetivo impedir el contagio de enfermidades pero también estaban dictados por actitudes de miedo del hombre hacia la muerte y del intento de impedir el regreso del difunto entre los vivos.

Hace casi 25.000 años nació el amor. Un relámpago que trascende y supera la atracción sexul, que nace de dos seres humanos que empezan a sentirse partes de un mismo organismo. Cuando una de las dos partes muere, la otra siente que ha perdido una parte de sí misma, no lo acepta, recuerda la parte que ya no hay, la sueña, la imagina delante de sí, la hace revivir, la resucita en su mente.

Poco después del nacimiento del amor, empeza la atención hacia los ancianos, hasta aquel momento considerados sólo una carga. Se forma la estructura jerárquica fundada en el conocimiento de los ancianos. Quien sobrevive a la persona amada confía las sensaciones, los recuerdos, los sueños, las imágenes de la persona amada que ya no hay. Sentir la presencia del amado difunto significa percibir la sensación de que la vida continúe después de la muerte. De esta sensación nace la idea de la eternidad.

Puesto que el hombre sólo podía imaginar la eternidad, había que concebir el sujeto eterno que pudiese representarla. Así nace la idea de un creador. Y, dado que no podía ser el hombre, el creador debía ser otro. De esa evidencia nace la idea de un sujeto que puede gobernar la vida y la muerte, un ente que preexiste a la vida y que existe con respecto de la muerte, es decir existe prescindiendo del sujeto pensante. Una entidad trascendente. Un acto de fe.

La fe es una actitud que implica la voluntad y el intelecto humanos y se dirige a una persona, a una idea o al ser divino. La divinidad representa la proyección de lo que el hombre querría ser y que quizás pueda volverse si, en lugar de aceptar la solución de una vida después de la muerte, luchara con tesón contra la muerte, librándose antes de todo del remordimiento hacia los padres, renunciando a la idea de un un ente protector respecto a las fuerzas naturales y a las dificultades de la vida, sustituyendo la fe en el trascendente por la fe en sí mismo.

Pero la idea subjetiva de lo trascendente aún no es religión. La religión nace cuando un cierto número de sujetos se reconoce en creencias y costumbres comunes fundamentadas en la relación del hombre con lo divino. Las religiones nacieron en culturas en las que se impuso una marcada diferenciación entre mente humana y ambiente natural, entre consciencia subjetiva y hecho objetivo, entre espíritu y materia. Esta diferenciación es propia de las civilizaciones agrícolas sedentarias en las que la división del trabajo presupone que los individuos desempeñen tareas diferenciadas en la comunidad.

En las culturas de los cazadores cada miembro varón de la comunidad conoce todas las técnicas necesarias para la supervivencia mientras que en las comunidades, en las que se requiere una mayor cooperación entre individuos dotados de habilidad y funciones diversas, se vuelven necesarias formas de comunicación simbólicas más precisas y por tanto convencionales, especialmente a propósito de lenguaje y de roles.

En la historia de las civilizaciones humanas el fenómeno religioso es universal pero no primordial. Éste no nace con el hombre sino de un estado particular de su desarrollo evolutivo cuando, después de haber percibido la muerte, quiso hacer infinito el amor, con la idea de la superación de la muerte en otra vida.

En la base del conjunto de concepciones y conductas que se definen religiosas parece que esté la credencia en la presencia de uno o varios seres superiores que el hombre percibe como seres que pertenecen a un mundo trascendente en relación al humano. Con respecto a estas realidades superiores el hombre se siente dependiente y en el mismo tiempo aspira a una relación con éstas.

La inteligencia humana, con su capacidad de aprender y comprender, de encarar situaciones concretas de manera eficaz y de reelaborar las experiencias y los estímulos externos, puede buscar una solución mejor que la simple ilusión de la vida después de la muerte.

No existe ninguna revelación. No existe ningun ser libertador. Cada uno de nosotros puede decir «yo soy el que soy». Las premisas místicas de todas las revelaciones son falsas.

Quien escribió los Vedas no vio ni sintió nunca a Brahma, la personificación del supremo brahman, considerado el creador del universo y miembro, junto a Shiva y Vishnu, de la Trimurti hindú, tríada divina de formación posvédica.

Quien escribió la Biblia no vio ni sintió nunca a Jehová, considerado el creador del universo y del hombre a su imagen y semejanza. Un ser omnisciente nunca hubiera dictado los primeros pasajes de la Génesis: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: «¡Sea la luz!». Y fue la luz.» ¿Qué hay verdadero en este cuento? Si fuese verdadero, toda la ciencia sería una gran mentira, una irrealidad.

Quien escribió los Evangelios no vio ni sintió nunca a Dios sino sólo a un hombre, aquel Cristo que de verdad hubiera modificado la historia si no hubieran sido mistificadas sus ensenanzas. Una sugestiva definición de fe en el Nuevo Testamento la considera como «certeza de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven». En este pasaje la palabra «fe» traduce el término griego pístis, que indica el acto de otorgar la propia confianza. Según este concepto, tiene fe quien cree y espera en algo que no existe. Es el máximo de la ilusión y de la mortificación. Prescindiendo de cada dialéctica, tener fe de ese tipo significa creer más en la muerte que en la vida.

Según Agustín, los hombres pueden librarse de la fuerza del pecado sólo recibiendo la irresistible gracia de Dios, otorgada por Cristo y hecha accesible a través del ministerio de la Iglesia. Los elegidos de Dios, por tanto, alcanzan por fin la salvación no por sus méritos o sus buenas acciones sino por la triunfante gracia divina. Eso significa considerarnos unos títeres, cuyos movimientos dependen de quien mueve las cuerdas. Es la negación de la inteligencia.

En el quinto evangelio, se lee: «Dijeron los discípulos a Jesús Dinos cómo va a ser nuestro fin Respondió Jesús: «¿Es que habéis descubierto ya el principio para que preguntéis por el fin? Sabed que donde está el principio, allí estará también el fin. Dichoso aquel que se encuentra en el principio: él conocerá el fin y no gustará la muerte». Jesús dijo, "Si un ciego guía a un ciego, ambos caerán a un hoyo". «A quien tiene en su mano se le dará; y a quien nada tiene —aun aquello poco que tiene— se le quitará. Jesús dijo: «Si os preguntan: ¿De dónde habéis venido?, decidles: Nosotros procedemos de la luz, del lugar donde la luz tuvo su origen por sí misma; (allí) estaba afincada y se manifestó en su imagen. Le preguntaron sus discípulos: «¿Cuándo va a llegar el Reino? (Dijo Jesús): «No vendrá con expectación. No dirán: ¡Helo aquí! o ¡Helo allá!, sino que el reino del Padre está extendido sobre la tierra y los hombres no lo ven.». Estas frases representan una dimensión más humana, más real. Por eso, a lo mejor, no fueron canonizadas.

Quien escribió el Corán nunca vio ni sintió ningún ángel. Sólo estudió los textos bíblicos, llamando al Dios de los hebreos y de los cristianos con el nombre de su padre Abd Allah (un ashimita de la tribu de los Quraysh, que dominaban La Meca, costituiban buena parte de la población allí y eran guardianes de la Kaaba), reafirmando los orígenes del universo y del género humano traídos en aquellos textos antiguos y que luego se demostraron absolutamente falsos.

Emulando Jesús, Mahoma quiso ser rey y sacerdote, con la diferencia de que, mientras que los apóstoles de Cristo predicaban en presencia de un derecho civil antiguo de muchos siglos, en los países árabes no existían otras reglas excepto las escribidas por él. Es la historia de los pueblos y no la fuerza de la idea que permitieron el éxito de la teocracia islámica. Y ciertamente no por casualidad siempre se ha olvidado la consideración de que un sistema económico basado en la shariah (¡quizás!) hubiera requerido la redistribución de la riqueza y de la tierra para crear una sociedad más justa y más equitativa.

No obstante, ningún ser omnisciente hubiera dicho nunca, en nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso, la XXXV Sura: « La alabanza es debida por entero a Dios, Originador de los cielos y la tierra, que ha hecho de los ángeles emisarios [Suyos], dotados de alas, dos, tres o cuatro. Añade [sin cesar] a Su creación lo que Él quiere: pues, ciertamente, Dios tiene el poder para disponer cualquier cosa. Cualquier gracia que Dios concede a los hombres, nadie puede retenerla; y lo que Él retiene, nadie puede luego liberarlo: porque sólo Él es todopoderoso, realmente sabio. ¡Oh gentes! ¡Tened presentes las bendiciones que Dios os ha dispensado! ¿Hay algún poder creador, fuera de Dios, que pueda daros el sustento de los cielos y la tierra? No hay deidad sino Él: y sin embargo, ¡qué pervertidas están vuestras mentes! Pero si esos [cuyas mentes están pervertidas] te desmienten, [Oh Profeta, recuerda que] aun antes de ti fueron desmentidos [ya otros] enviados: pues [quienes no creen se niegan siempre a admitir que] todas las cosas retornan a Dios [que es su fuente]. ¡Oh gentes! ¡Ciertamente, la promesa de Dios [de la resurrección] es verdadera: no dejéis, pues, que esta vida os engañe, ni dejéis que os engañen [vuestra propias] nociones engañosas acerca de Dios! Ciertamente, Satán es enemigo vuestro: tratadle pues como a un enemigo. Él llama a sus seguidores con el único fin de que estén entre los destinados a un fuego abrasador -- [pues] a aquellos que se empeñan en negar la verdad les aguarda un castigo severo, y aquellos que han llegado a creer y hacen buenas obras obtendrán perdón de los pecados, y una gran recompensa. ¿Es, acaso, aquel a quien la maldad de sus acciones le resulta [tan] grata que [al final] las considera buenas [otra cosa que un seguidor de Satán]? Pues, ciertamente, Dios deja que se extravíe a quien quiere [extraviarse], y guía a quien quiere [ser guiado]. Así pues, [Oh creyente,] no te consumas de pesar por ellos: ¡en verdad, Dios sabe bien todo lo que hacen! Dios es quien envía los vientos, y estos forman una nube que luego conducimos hacia una comarca muerta y damos vida con ella a la tierra antes muerta: ¡así será la resurrección! Quien desee el poder y la gloria [debe saber que] todo el poder y la gloria pertenecen [sólo] a Dios. A Él ascienden todas las buenas palabras, y Él enaltece toda buena acción. Pero a quienes traman malas acciones les aguarda un castigo severo; y sus intrigas se quedarán en nada. Y [recordad:] Dios os crea [a cada uno de vosotros] de tierra, luego de una gota de esperma; y luego os forma como uno de los dos sexos».

Las culturas primitivas no elaboraron una doctrina religiosa o un sistema de nociones dirigido a definir la naturaleza de un dios sino que concibieron el espíritu como una percepción antes de una idea cuyo lenguaje no está hecho de conceptos sino de imágenes. De esta percepción nacen los mitos, fundamentados en sueños y fantasías que confieren expresión a procesos psicológicos inconscientes.

Los mitos son un conjunto de naraciones orales, sin elementos materiales coordinados entre ellos en un sistema orgánico sometido a reglas, transmitidas de generación en generación, que ofrecen una representación significativa del universo, como explicación ingenua de los acontecimientos naturales.

Cada religión nace de la presunción de haber descubierto el principio originario, la verdad absoluta. Pero todo es falso. La eternidad no tiene un nombre. No hay mesías. No hay revelaciones. El misticismo es sólo jactancia del acercamiento con Díos. Los esoterismos son sólo doctrinas para dominar a los otros. Los misticismos son ficciones o convicciones subjetivas. El milagro es simplemente un fenómeno aún no explicado. No existe ninguna reencarnación. El único principio fundamental es la energía sin espacio y sin tiempo. El bien y el mal no son sujetos ni fuerzas que obran en contraposición entre sí sino examenes morales de los efectos de las conductas humanas y de otros agentes naturales elaborados por la consciencia.

El miedo es la raíz ancestral de nuestro proceso evolutivo. Del miedo nace también el odio. Por lo tanto nuestro proceso evolutivo está acompañado por el odio, por el espíritu de predominar, por la voluntad de éxito, por el ego. Objeto del odio no es lo totalmente diverso, que se puede evitar, usar, amar y en algunos casos también destruir si lo percibimos como peligro, sin odiarlo. Hemos compartido y compartimos el mundo con un conjunto de minerales, vegetales y animales muy diversos de nosotros, que aceptamos y usamos justamente en virtud de su diversidad. Si unos animales fueron objeto de odio, es sólo en la medida en que los humanizamos.

Por el paranoico ego del ser humano, lo que provoca terror, rechazo y intolerabilidad es el ser «semejante pero diverso», alguien que podría estar en nuestro lugar pero no es asimilable a nuestro clan, a nuestra tribu, a nuestra nación, a nuestra raza, a nuestra fe.

El nuevo orden mundial debe ser fundamentado en libertad, justicia, igualdad, posibilidad de felicidad para todos los seres humanos. Ésos deben ser los principios ordenadores de la Tierra. Para conquistar el equilibrio. Como todo lo que existe y que siempre ha existido, también nosotros estamos constituidos por energía pura sin espacio y sin tiempo. Las partículas elementales son agentes que producen la fuerza de gravedad y que produjeron la primera inflación de la que tuvo su origen el universo.

La banalidad de todas las religiones consiste en el hecho de querer dar una explicación por lo que aún no está demostrado, casi para retardar el más posible su demostración. Para sostener esta explicación «no dimostrada» se usa cualquier medio: milagros, sacrificios, violencia física y psicológica. Los milagros son tales hasta que se descubre su causa. Son sólo acontecimientos que aprovechan la ignorancia. No existe ningún díos, ningún ser libertador.

Cada liberación siempre y sólo se obtuvo con sangre humana. El martirio por una fe religiosa es estupidez y sentido de protagonismo. Ningún mártir religioso dio nunca algo a otro ser humano. Mistificación cultural no es sólo el éxito de la divinidad de Jesús Cristo y la virginidad de su madre sino también la imposición de la palabra de un hombre que consideró a sí mismo el único profeta.

La religión antepone el amor por la divinidad al amor por la naturaleza de que el ser humano forma parte. Cada fe religiosa provocó víctimas, tuvo sus asesinos, sacrificios humanos. No hay ningún cristo. No hay ningún anticristo. Se usa la mayéutica para generar mitos trascendentes antes que para promover la busca de la verdad. Y los tontos matan para afirmar algo que no conocen sino con solo objeto de convencer a sí mismos y imponer a los otros que existe. Hipócritas. Todas las religiones son falsas porque están construidas en axiomas falsos desde el principio. De la visión de los espíritus al coloquio con la divinidad.

Desgraciadamente, la consciencia mística de lo divino se sobrepone y absorbe la consciencia moral. La fe es afán de potencia que pretende explicar lo que todavía es inexplicable. Nosotros no percibimos a ningún ser trascendente sino sólo impulsos inmanentes. Libertad de fe significa libertad de imaginar y profesar lo que se quiere sin intentar de ninguna manera convencer a los otros que se tiene razón.

Se dirá: ¡pero éste tiene roces con todos! ¿Porqúe no se dirige a sí mismo? Contesto de inmediato. Lo hice, lo hice. Y descubrí que no existe sólo mi Yo, mi Ego, mi Superyó, mi pensamiento, mis ideas, mis miedos, mi fatiga, mis ilusiones. Existe un sistema constituido por muchas partes organizadas en diversos subsistemas, uno de los que es el sistema humano. Del que también yo formo parte. No necesitamos ninguna revelación para comprenderlo. Y tampoco ninguna fe en la eternidad.

En nombre del ser humano, de la inteligencia, de la vida y del amor, me dirigo a vosotros, me dirigo a las gentes de todas las razas, de todas las edades y de todas las religiones, para invitar a reflexionar sobre nuestra existencia y la de nuestros hijos. No lo hago en nombre de ninguna familia, de ningún gobierno, de ninguna ley, de ningún interés económico, de ninguna verdad absoluta, de ningún dios. Lo hago por lo que siento, por lo que creo y por lo que en lo profundo de vosotros mismos pienso también vosotros sentís.

Toda la realidad es perceptible. No existen realidades imperceptibles. No existe ninguna realidad trascendente. La realidad es sólo inmanente. No existen realidades incognoscibles. Existen sólo realidades conocidas y realidades aún desconocidas. La realidad desconocida sólo está ignorada. No existe ningún ser trascendente. Todas las revelaciones son falsas.

No es verdad que sea absolutamente imposible comprender la esencia de la energía pura sin espacio y sin tiempo. Ciertamente, para demostrarlo, no hay que sostener que la roca no conoce al hombre sino que, al contrario, el hombre aún no conoce bien la roca. Nada os pertenece para siempre. Nosotros tenemos sólo el uso de los medios para vivir y desarrollarnos. Nadie puede sacrificar a otros sino sólo a sí mismo.

Hay una paradójica contradicción entre la relación de interdependencia de las partes de las que estamos constituidos y el rechazo de interdependencia entre nosotros. La unión de las partes de un conjunto vence el fin (muerte) de cada parte porque con el tiempo la potencia de la unión supera la de la suma de todos los obstáculos. La inmortalidad es el resultado de la lucha contra la ignorancia para conquistar el conocimiento necesario para hacer inútil la muerte. De los difuntos sólo queda el recuerdo y las cosas que hicieron cuando vivos. No existe ningún ser externo de la realidad existente. Lo que fue antes del inicio de la realidad (la energía sin espacio y sin tiempo) aún está en la realidad y se volvió realidad existente (energía en el espacio y en el tiempo).

Antes del inicio existía energía pura. La energía pura está constituida por partículas independentes en ausencia de espacio y de tiempo y en estado de máxima sencillez. La energía constituida por partículas independentes era en equilibrio inestable. El equilibrio de las partículas era efecto de su absoluta independencia. La inestabilidad procedía de su carga potencial. La carga potencial descompuso una partícula en partes interdependientes. La potencia del conjunto de las nuevas partes era superior a la potencia de la partícula originaria y provocó un desequilibrio en el estado de la energía pura.

En principio el ser estaba sin espacio y sin tiempo. El ser es de por sí potencia. El acto es la manifestación de la potencia del ser. La potencia depende de la forma del ser. La meta del acto es una mayor potencia. El acto de por sí libera potencia. Cada acto provoca por reacción otros actos. También cada acto de reacción libera potencia. El acto puede ser dirigido al exterior o al interior del ser. El acto dirigido al interior descompone al ser que lo realiza. El acto dirigido al exterior provoca una disgregación  o una agregación.

Si el ser es único, y por tanto no hay ningún ser externo al ser, su primer acto no puede ser sino dirigido hacia sèi mismo. El primer acto que el único ser dirige a sí mismo no puede originar sino su misma descomposición, de lo contrario no habría manifestación de ninguna potencia. De la descomposición del único ser se originan al menos dos partes. Aunque cada acto libera de por sí potencia, los actos sucesivos al primero aumentan la potencia del conjunto de todas las partes del ser. Esta aparente paradoja se explica con el hecho de que el acto, es decir la manifestación de potencia liberada, modifica la forma del conjunto. Es la nueva forma del conjunto que aumenta su potencia, según la siguiente concatenación: forma inicial del único ser = potencia mínima; acto inicial ® primera descomposición = forma transitoria = aumento potencia; acto sucesivo ® nueva descomposición = forma transitoria = aumento potencia; acto final ® última descomposición = forma final = potencia máxima.

De esa manera, en el proceso de las fases transitorias, el acto es medio para manifestar potencia y aumentarla modificando la forma, mientras que la mayor potencia diventa medio para el acto sucesivo, hasta el logro de la máxima potencia, que corresponde a la forma final, cuando ya no sirven otros actos para manifestar potencia. Desgraciadamente, ese proceso puede ocurrir bien en función de la potenciación del conjunto bien en función de la potenciación de la parte que cumple el acto. Así, los actos dirigidos al exterior pueden provocar la decadencia de la parte que los cumple o de las partes que cumplen actos de reacción, mientras que los actos dirigidos al interior pueden sólo provocar la potenciación de quien los cumple.

Para evitar que una potencia media, llegando a ser medio para producir el acto, provoque el decaimiento de sí misma o de los otros, habría que tener posibilidad de manifestar potencia sin realizar el acto o de realizar el acto sin modificar la forma, de tal manera que no aumente la potencia. La primera solución es imposible, como hubiera sido imposible para el ser único manifestar potencia sin realizar el primer acto. También la segunda solución es imposible, porque hasta que el conjunto habrá alcanzado la máxima potencia, cada acto será medio para manifestar potencia y cada potencia será medio para producir el efecto. La única solución parece ser la de dirigir el acto hacia quien lo realiza, provocando así una potenciación de sí mismo, sin ningún decaimiento de sí mismo o de otros.

La potencia del conjunto de todas las partes siempre es superior a la suma de las potencias de cada una de sus partes y a la potencia del único ser originario. Luego, la máxima potencia se obtiene sólo con el conjunto del máximo número de partes y no con la fusión de varias partes. A la máxima potencia dle conjunto de todas las partes corresponde la máxima potencia de cada parte respecto del conjunto. Si del primer acto tuvieron su origen dos partes con la misma potencia, es idéntica también la máxima potencia de cada parte de un conjunto.

Cada parte aspira por tanto a su máxima potencia respecto del conjunto hasta que la alcanzará. Cada parte luego realiza los actos necesarios para alcanzar su máxima potencia respecto del conjunto. De tal manera se reduce el diferencial de potencia de cada parte respecto del conjunto de todas las partes y de cada parte respecto de cada otra y respecto del conjunto de todas las otras, hasta que cada parte habrá alcanzado una idéntica máxima potencia, a la que corresponderá la máxima potencia del conjunto de todas las partes.

Antes del principio es sola energía. Hay potencia sin fuerza. Luego, la energía se descompone en varias partes. Es el primer acto. Descomponiéndose, las varias partes de energía producen ondas. Las ondas constituyen el espacio. En el espacio se forma materia. La materia se transforma. La transformación de la materia provoca la descomposición y la sucesiva recomposición de las partículas de energía. Es el proceso evolutivo.

Con la evolución las partículas adquieren mayor potencia, que se manifiesta  con ulteriores actos. Si hay manifestación de potencia, es decir acción, la energía sufre un decaimiento y luego aspira a repotenciarse. Si la energía es tan potente como para conseguir inhibir cada acto encaminado a manifestar potencia al exterior, hay una acumulación de potencia. La acumulación de potencia de un organismo no produce de por sí ningún beneficio respecto del conjunto. Si en cambio la acumulación de potencia viene encaminada en dirección al espacio, prescindiendo de la energía que lo produce, hay una modificación de las ondas producidas por la energía, por tanto una modificación del efecto sin modificar la causa originaria.

La percepción es el acto con el que se cobra consciencia de la realidad a través de una sensación. Es una función psíquica, que elabora lo que los sentidos, es decir los receptores externos y internos, transmiten a la consciencia. El carácter de la sensación procede de la manera de percepción, es decir del proceso que inicia con la transmisión de los datos por parte de los sentidos a la memoria reciente a través del cerebelo y con la confrontación de éstos con los que se hallan en los tres niveles de memoria: reciente, remota y genética.

La memoria genética es la base del sistema cerebral en la que están registrados los carácteres hereditarios. Ésta caracteriza la evolución de una determinada especie. Se halla en el tronco encefálico y contiene los datos que provocan estímulos y instintos. La memoria remota es una superestructura de la base cerebral en la que están contenidos los datos que han sido elaborados previamente. Está en los dos lobulos, bajo la corteza, y ésta es la parte más compleja y considerable de la capacidad cerebral.

En la memoria remota están registrados los esquemas de comportamiento experimentados y se elaboran las estrategias deductivas y los empujones inductivos. Las estrategias deductivas analizan lógicamente lo que es por como resulta del propio sistema de elaboración; los empujones inductivos imaginan – intuyen – lo que puede ser: se podría decir que crean la realidad.

La memoria reciente está en la corteza cerebral y contiene los datos captados por los órganos sensoriales y también las decisiones transmitidas después del procesamiento de los mismos datos. La percepción no deriva de un conjunto de sensaciones producidas por muchos estímulos, sino de hechos, objetos y formas. Nuestra actividad psíquica, por causa de la naturaleza y complexión de los órganos sensoriales, registra sobre todo efectos, que están sobrepuestos y dominantes sobre las causas que los han producido.

Eso depende también de la reducida rapidez de transmisión de los datos y de la necesidad de emplear el factor tiempo de una determinada manera. De la percepción se pasa rápidamente a la reacción, antes de detenerse para buscar las causas por las que se percibe de cierta manera y a prever lógicamente los efectos de las soluciones con las que se reacciona. En consecuencia, se esfuma la percepción de lo que es realmente y del porqué es, mientras que se impone la percepción de lo que aparece, de lo que se ve y de lo que se siente.

La manera de percibir luego está más íntimamente relacionada con la relación entre presente y pasado que con la entre presente y futuro. Así, el futuro es efecto de los estímulos – reacciones – ya adoptados y considerados eficaces por la experiencia y no de la remoción de las causas del presente, justamente porque requeriría demasiado tiempo adoptar la estrategia de su investigación y análisis.

Para modificar este estado, este proceso, habría que darse mayor tiempo de elaboración pero, para darse más tiempo, es necesario tener más potencia y para tener más potencia es necesario inhibir al menos parcialmente el estímulo a través del que la potencia se manifiesta por medio del acto.

¿Cómo inhibir este estímulo? Sólo con la conciencia de poderselo permitir, si no el efecto sería una suerte de represión que luego necesitaría explotar. La conciencia de poderse permitir la parcial inhibicion de un estímulo deriva del conocimiento de la causa del estímulo. 

Examinemos el estímulo del miedo. Éste tiene su origen en la memoria genética y su causa en la inseguridad que es dictada por las informaciones registradas en la memoria remota y en aquella reciente. Modificando la causa, superando la inseguridad, se modifica progresivamente el estímulo, hacia cuando viene inhibido en la memoria genética y reconsiderado en la memoria reciente, que registra a su vez una deducción diversa y la comunica a la memoria remota, en un proceso circular constante del que se origina un nuevo proceso. No obstante, solo si la inseguridad es superada por efecto de mayor potencia, la causa resulta definitivamente modificada, en cambio si es superada a través de la acción de otros sujetos, la causa normalmente volverá a presentarse inevitablemente cuando la acción de los otros cesa, a menos que la misma acción no se repita durante el tiempo necesario para “acostumbrar de nuevo” el proceso en el que incide.

El organismo siente siempre las acciones que proceden del exterior, pero los efectos de este resultado son diferentes también con respecto del objetivo que se propone el sujeto que lo realiza y con respecto de la duración de las mismas acciones. De eso se deduce que la remoción de la causa originaria de un proceso se realiza de una determinada manera si es efecto de un aumento de potencia y de una manera diferente si es efecto de acciones externas.

En cierto sentido, este proceso de remoción ocurre de manera proporcional a la fuerza con la que se interviene en la causa. En igualidad de importancia y aceleración, se siente más intensa la acción realizada hacia si mismo que la que es sufrida del exterior.

En consecuencia, para superar el alcance de las fuerzas endógenas de otro organismo es necesaria una fuerza – una manifestación de potencia – más importante y más acelerada de la que normalmente expresa hacia sí mismo el organismo del que se quiere eliminar la causa. En todo caso, para provocar una transformación radical del proceso hay que conocer la causa originaria, sino las acciones se revelan sólo tentativas casi irrelevantes.

Percibidas y reconocidas las causas por las cuales un organismo complejo percibe de una determinada manera, hay que hacer el esfuerzo de emular sus carácteres, imaginando – o intuyendo – las mismas sensaciones que siente aquel organismo. Prácticamente hay que cumplir una replicación del proceso que se quiere modificar, para sentir los mismos estímulos, teniendo muy cuidado cuando se distingüe las propias naturales sensaciones de las que se intuyen poniéndose en el lugar de otro individuo.

Aun teniendo un carácter experimental y no patológico, hay siempre un margen de diferencia entre ser otro individuo y parecer serlo, incluso porque el propio organismo está constreñido a manejar dos estados distintos en el mismo tiempo. Esta doble gestión constituye el así llamado cuarto nivel de percepción. El primer nivel se alcanza con la inicial percepción de lo evidente. El segundo con su memorisación. El tercero con la sensación que se siente. El conjunto de los tres niveles determinan la manera de percepción. El cuarto nivel - que se obtiene con la replicación - es en sustancia una comparación entre la manera propia y de los demás de percibir.

Es un ejercicio difícil. Supongamos que una persona niegue la evidencia. ¿Cuáles pueden ser el origen y la causa? ¿Qué ocurrió en un hipotético momento inicial y qué ocurrió antes de la negación? Si se conoce el estado del sujeto en el presente, responder a la segunda pregunta – la causa – es bastante fácil. Pero la misma causa de la negación es efecto de una causa originaria, y aquella causa es el origen de la negación. 

¿Qué hay que hacer? Hay que volver a los datos relativos a aquel sujeto y memorizados en su memoria remota, hay que repetirlos como si los mismos datos se rifirieran a sí mismo y no a otro sujeto, luego deducir la causa originaria y intuir la manera para modificarla, preguntándose:  «¿Cómo haría yo?» . Se descubrirá que la causa es un error, algo falso, malo y injusto: un hecho, un pensamiento o una convicción. Cualquier cosa que sea, se ha enraizada, ha desarrollado efectos y procesos que, a pesar de las tentativas de modificarlos, escapan del autocontrol de quien los siente.

Una vez identificada la causa originaria de los otros, no se puede escapar de la comparación con propias similares causas originarias, de propios errores semejantes, que produjeron una determinada manera de percepción, aislando los que se logró modificar. Entonces se recordará cómo se hizo para modificar la propia manera de percebir y se utilizará  la misma manera para eliminar la causa originaria del organismo emulado.

En tal punto, se yo fuera el otro, ya sería diverso. Pero yo no soy el otro, luego hay que encontrar la solución de comunicarle la manera y de inducirle a adoptarla. Para hacerlo, se puede recurrir al metódo analógico o al metódo disociado. Supongamos que un sujeto niegue la evidencia porque no quiere asumirse la responsabilidad de confrontarse con otro sujeto y que esta causa tenga su origen en el hecho de que la primera motivación por la que nació la relación con el otro sujeto fuese declarada diversamente de la que realmente era y esté convencido que el otro sujeto haya creído en la versión que se dio. Y supongamos que se yo hubiera hecho algo de ese tipo, trataría de eliminar aquel hecho originario admitiéndolo y declarando el proceso de efectos que de aquel hecho procedieron, precisando por fin que la admisión no implica que yo aún tenga aquella motivación originaria.

Con el método disociado se comunican mensajes que no tienen nada que ver con con el proceso necesario para superar la negación de lo evidente, haciendo presión sobre el crecimiento de potencia del sujeto para inducirlo a adoptar espontaneamente aquel proceso.

Con el método analógico se comunican mensajes que tienen como objeto procesos similares a aquello que se debe adoptar para superar la negación del evidente. Un mensaje analógico podría ser el siguiente. Un hombre tiene sed y ve el sol reflejado en el agua. El hombre tiene sobre todo sed. Sin embargo a un amigo que le da un vaso perfectamente limpio, le dice que quiere intentar llenarlo para ver el reflejo del sol en el vaso. Quien da el vaso insiste en querer ver el sol reflejado en el agua del vaso. En cierto punto el hombre que tiene sed bebe y el otro le pregunta cómo hará reflejar el sol ahora que el vaso es vacío. El hombre que ha bebido dirá entonces que el vaso era poco limpio y que el agua había diventado turbia. El otro reaccionará preguntando porqué, si el vaso era sucio y el agua era turbia, aquella misma agua ha sido bebida. Entonces el hombre que ha bebido llena de nuevo el vaso y trata de demostrar que ahora el agua ha quedado limpia porque el agua cosechada antes ha limpiado el vaso. No obstante, no conseguirá nunca explicar porque ha bebido el agua turbia, a menos que confiese que sobre todo tenía sed y que admita que el vaso era limpio desde el inicio, precisando también que ahora ya no tiene sed y luego quiere ver justamente si el sol se refleja en el vaso.

Con el método disociado se comunican mensajes que no tienen nada que ver con el proceso necesario para superar la negación de la evidencia, haciendo presión sobre el crecimiento de potencia del sujeto para inducirlo a adoptar espontáneamente aquel proceso. Un mensaje disociado podría ser el siguiente. Un hombre tiene sed y pide a otro un vaso de agua para beber. El otro se lo da y le pregunta: «¿Qué piensas que yo habría hecho si tú me hubiera pedido qué beber para otra persona y luego yo hubiera descubrido que tú había sed?». El hombre que tiene sed contesta: «Me habrías llamado hipócrita y falso». Y el otro adjunta: «No, me hubiera preguntado porqué no me dijiste que habías sed y tal vez hubiera pensado que el agua te diera tan asco que no querías admitir ni a tí mismo que la hubieras bebido. Sé que el motivo hubiera podido ser completamente diverso, pero dado que no lo conozco, estoy constreñido a darme una posible explicación. A menos que tú pretenda que te pregunte porqué no me dijiste la verdad, haciéndome correr peligro de sentir una versión que todavía hubiera podido ser falsa. Entre el riesgo de sentirme decir algo falso y tener que pensar si lo fuese de verdad, o dar una explicación sin habértela pedido, he preferido la segunda elección. Así, al menos, de seguro te evité la molestia de contar otra mentira».

La conjugación de riqueza, solidaridad y democracia ha sido justamente comparada a la cuadratura del círculo. En efecto, no sólo no existe un contexto en que aparecen contemporaneamente éxito económico, estado social, y soberanía nacional. Desgraciadamente tampoco existe la solución teórica para realizarlo. El motivo de esta falta no se puede atribuir a una sorta de solución imposible, sino mejor a un preciso límite: la sectorialización. La solución ya no está en nuestros adentros, la solución está en el conjunto.

El economista que conoce cada implicancia de las relaciones de producción no tiene el tiempo para entregarse a los procesos morales y políticos. El filósofo sigue un proceso lógico que deduce de informaciones completamente parciales respecto de las relaciones de producción y de las relaciones de participación. El político, a su vez, incluso cuando conoce los procesos económicos y siente la influencia moral de lo que considera justo, no puede adecuar su acción sino a la busca del consenso, justamente porque eso es uno de los carácteres peculiares de la democracia.

La única entitad que hoy es capaz de concentrar en sí el saber suficiente para modificar los procesos es el conjunto del complejo científico-tecnológico que, sin embargo, tiene el objetivo de su potenciación y no la conjugación de riqueza, solidaridad y democracia del conjunto. Y no aparece imajinable que la solución pueda ser encontrada por una inteligencia artificial a la que son asignadas las necesarias informaciones y la lógica para deducir. Ésta sería el resultado de aquel mismo complejo científico-tecnológico, que orientaría la manera de percibir de ésta, y por lo tanto de deducir, a su semejanza. La solución está en el conjunto. Juntos se puede.

Pero es necesario que el conjunto pueda emular a quien conoce los procesos de producción, sepa qué es justo y sin embargo crea que es necesaria la participación de todos para hacer, para crear lo justo. Y es necesario que el emulado sea una parte organizada del conjunto, sin aparecer como sujeto, para evitar que sea considerado un mito y, por lo tanto, que sea fundamentalmente admirado, envidiado y imitado. No hace falta solamente un ejemplo repetible. Es preciso que el ejemplo tenga un potencial suficiente para apoderarse del conocimiento de las partes predominantes y para producir intervenciones sensibles en el conjunto. Como la energía produce ondas sin ser onda ella misma, el que es emulado tiene que saber producir efectos sin ser confundido con el efecto producido.

El complejo científico-tecnológico de tal manera permite hoy a un sujeto actuar a solas, sin aparecer y sin participantes. Las acciones incidentes podrían afectar a la procreación, a la producción, a la información y a otras ciencias todavía bastante desconocidas, interveniendo respectivamente en los macanismos genéticos, en el sistema monetario, en el proceso de comunicación, en las hiperenergías cerebrales. Pero podría hacerlo sólo para crear desequilibrio y no también para restablecer el equilibrio.

Eso es el estado actual de las cosas, la realidad de los hechos. Eso es el estado actual de las cosas, la realidad de los hechos. Un único sujeto podría solamente probar su poder pero no podría, a solas, potenciar el poder de los otros. A lo mejor la reacción respecto del acto con que se manifiesta potencia puede modificar la manera de percibir y, por lo tanto, provocar la creación de los medios para un potenciamento semejante, pero habría indudablemente el riesgo de una reacción diferente, que en último término podría anonadar los ánimos que ya hoy se proponen la mejora complejiva del conjunto.

Además, habría quien reaccionaría manifestando con la fuerza su poder, sin preocuparse por lo que actos semejantes pueden producir en el conjunto. Luego se puede pero no se debe hacer a solas. Hay que hacerlo hacer, diluyendo en un número considerable de sujetos las referencias emuladoras, de manera que el observador comprenda nuevos procesos sin pensar que no puede adoptarlos. Con un complejo de ejemplos de carácter productivo, empujando en el mismo tiempo a los participantes a razonar y a participar, se echan los cimientos para probar que se puede ser y conviene ser como se quiere ser, antes que de otra manera.

Ninguna insurrección armada, desobediencia civil, elección popular, secesión o escisión, unificación o fusión, federación o confederación podrá igualar la fuerza de emulación de los que demostran saber realizar, no sólo en las relaciones internas, una real refundación social, entendida como modificación contextual de las relaciones y de los comportamientos.

La previsión del futuro consiste en la deducción lógica que deriva de la realidad efectiva – no de la realidad histórica – de los hechos que conocemos. El futuro será como cada uno de nosotros racionalmente puede imaginarlo. Es verdad que eso es siempre indeterminado y indeterminable – porque aparece siempre de manera diversa de cómo se lo espera y también de cómo se intenta construirlo – pero es verdad que algunos elementos fundamentales se han manifestado siempre constantemente, con excepción de los casos en que las relaciones y las reglas entre las partes del sistema no se han adaptado al crecimiento del nivel de complejidad.

En esos casos, cuando las relaciones entre las partes no se han adaptado al nivel de complejidad , el sistema ya no ha sido capaz de mantener juntas todas sus partes con las viejas reglas y las partes han sufrido modificaciones veloces, una sorta de aceleración. Justamente estas modificaciones han provocado nuevas reglas y, por lo tanto, nuevas relaciones entre las partes. Éstos son los casos en que los comportamientos de algunas partes han cambiado, a pasar de las relaciones existentes. ¿Pero en qué consiste el comportamiento? ¿Cuál es la causa de éste?

El comportamiento es el acto y su causa es la relación entre nivel de potencia y potencia máxima que el ser puede alcanzar. Si está dotada de un nivel de potencia que no coincide con su potencia máxima, cada parte realiza actos endógenos encaminados a modificar su estructura, prescindiendo de los enlaces exógenos. Ahora, nosotros estamos en un estado de complejidad tan grande como para pedir la modificación, la renovación de las reglas y de las relaciones entre las partes. La sola constatación de que desde hace al menos quince años sería posible preservar a todos los seres humanos la libertad de las necesidades, sin que este resultado haya sido alcanzado, dimostra que las reglas del sistema ya no son adecuadas a su nivel de desarrollo y, por lo tanto, a su nivel de complejidad. Por tanto es natural, históricamente lógico y probable que algunas partes escapen a las reglas, adoptando comportamientos fuera de las mismas reglas, que evolverán como efecto de estos comportamientos atípicos.

Volvamos sobre el tema del futuro. Podrá ocurrir un crecimiento de riqueza, de solidaridad y de democracia, bien en el conjunto bien por una parte de la humanidad, pero no podremos tener estas condiciones para todas las partes. Más bien, la realidad nos dimostra que durante los últimos cien años ha aumentado el número de los pobres, de los marginados y de los débiles. Y así será hasta que sigamos suponiendo que sea posible realizar al menos una, a lo mejor dos, de estas condiciones, y no las tres condiciones juntamente.

El problema está planteado de manera errónea, irreal. Efectivamente las cosas están diversamente. El problema no es tanto el hecho de que no se pueda conjugar estas tres condiciones, cuanto el hecho de que no existe, y no podrá existir más, ninguna de estas tres condiciones referida a un grupo, si no se realizan las tres a la vez. Sin riqueza no pueden existir solidaridad y democracia. Sin solidaridad no pueden existir riqueza y democracia. Sin democracia no pueden existir riqueza y solidaridad. Exactamente como no pueden existir lo verdadero, lo bello y lo justo si estas tres condiciones no existen juntamente.

Por lo tanto el problema es insoluble justamente porque ...  no es eso el problema. Y no es posible deducir una solución en relación a un problema inexistente. El problema real es cómo realizar las tres condiciones todas a la vez. Y la solución es quererlo realizar juntos. Para hacerlo, hay que percibir que la máxima potenciación individual se realiza con la máxima potenciación total. ¿Pero cómo hacerla percibir? ¿Cuáles son los medios? ¿Cuál es la estrategia para lograr hacerlo comprender?

Los medios disponibles, por lo que respecta a conocimiento y capacidad de obrar, existen y son constituidos justamente por el complejo científico-tecnológico. Para organizarlos en funcción del objetivo que se quiere realizar (es decir la modificación de la manera de percibir), se puede adoptar un proceso que se puede definir protoestrategia, entendida como emulación del ser único originario: escisión de la energía con el primer acto, formación de ondas, creación del espacio, creación y trasformación de la materia, con la consiguiente recomposición de la energía, de toda la energía, en un estado más complejo. Así, se escinde la unidad y se lo crea de nuevo todo.

Ya he acabado. Mis ideas acaban aquí. No tengo más que decir, por el momento. Ahora os necesito. Todos son necesarios. Son necesarios la cultura, el trabajo, el pensamiento, la voluntad de todos. Tal vez sea erróneo todo lo que pienso. Ciertamente al reflexionar sobre sí mismos más de seis millardos de seres humanos pueden encontrar verdades más verdaderas, y también más hermosas y más justas. Pero dejad hacer depender vuestra libertad, vuestra misma dignidad de otros. Las soluciones al miedo no son ni la guerra, ni la droga, ni el odio, ni la venganza, ni las patatas fritas, ni los discursos preconfeccionados por unos organizadores que tal vez provoque el mal justamente para mantener y afianzar su poder sobre vosotros. Gracias.

16 de octubre de 2001.

Rodolfo Marusi Guareschi